martes, 3 de febrero de 2009

EN EL CAMPILLO DE SANTA MARÍA

Fole quer deseñar pra este espacio urbán como a abada dun monte. Xa postos podería pensar en socalcos, como na Ribeira Sacra, e prantar mencía prá corporación, ainda sendo lugar abicedo, orientado ó Norte, dominado polo corisco, o vento frío.
O Campiño de Pontevedra. Fotografía da arrancada do século XX. O espacio era un mirador cara á ría e as marismas d´Alba, actualmente reducido á categoría de patio de inframundo. Pra eso temos unha concellería de Ordeación Territorial, ou como se chame.
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Pontevedra, 3.02.2009
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Entrada n. 806 do blog.
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Nesta entrada apresentamos un traballo de Leoncio Feijóo Lamas, un precioso artículo publicado no Diario de Pontevedra d´esta data sobre o tema que queda ilustrado coas fotografías incluídas. Na segunda d´elas apréciase o cruceiro que preside o lugar, ó que se refire o autor no seu traballo.
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EN EL CAMPILLO DE SANTA MARIA
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Con el lugar que los pontevedreses conocemos como Campillo de Santa María, sucede algo semejante que con la avenida del mismo nombre y aun con la plaza de Valentín García Escudero, pues son espacios que se diseñan en el último cuarto del siglo XIX y adquieren un nuevo aspecto precisamente a raíz del derribo de las antiguas murallas y elementos defensivos que ahora afloran en virtud de las excavaciones arqueológicas.
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Como en aquella época se decidió el derribo total de la cerca medieval, entre otras cosas, por resultar inútil para los nuevos usos de la ciudad moderna, también le afectaría este fenómeno demoledor al tramo de la muralla a la altura del Campillo, que en siglos precedentes sería prácticamente la línea del adarve de dicho elemento. Con estas intervenciones se puede sostener, que esta zona sufrirá una recalificación urbanística, pues se pasará de un antiguo uso eminentemente militar por su carácter estratégico de vigilancia y defensa a un mero uso civil, de disfrute eminentemente ciudadano.
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Porque ya puestos a derribar edificios antiguos se demolerá también la torre- pazo de Montenegro, que estuvo ubicada cerca de las escalinatas del templo parroquial, intervención nada extraña, pues hay que pensar que los nuevos gustos de la sociedad de esa época eran alérgicos, en principio, a todo monumento antiguo que evocase sobre todo al feudalismo, tal como hacía esa torre.
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Después, la labor de los arquitectos municipales se centraría en la explanación y regularización de este entorno, rematando finalmente con la colocación de una barandilla metálica que da a la actual calle y talud de Arzobispo Malvar. Y como los señoritos de la avenida de Santa María prefirieron una fuente de fundición parisina antes que un popular cruceiro, se acabará por trasladar ese elemento religioso al Campillo, en donde lleva más de cien años presidiéndolo.
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Con todo, nosotros estimamos que lo esencial del Campillo, lo que está en la memoria histórica del barrio, en la tradición oral que se remonta a nuestros tatarabuelos, en fin, lo que recogen las viejas fotografías, es que este espacio funcionó como un gran eirado o alamedilla tremendamente popular. Allí se celebraban las verbenas de San Juan, San Pedro y Santa María. Allí jugaban los niños y se extendía la ropa a secar pese a contravenir los bandos municipales. Por ahí se paseaba disfrutando de las vistas, aunque también hubiese gallinas sueltas. La fiesta principal sería la entrada de la procesión del Chucurruchú, la octava del Corpus, cuando se alfombraba el suelo con espadañas y hierbas aromáticas, cuando se levantaban altares para la parada...
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En fin, al Campillo llegarían también los ecos de las broncas de la vecinas de la rúa de Xan Guillermo, y del pausado paso del tranvía camino de Lérez por la cuesta de Arzobispo Malvar.
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Fue casi una obsesión, tanto del ayuntamiento como de los servicios de Patrimonio, urbanizar el Campillo, sobre todo después de catalogar a la hoy Basílica como Monumento Nacional, hecho que sucede curiosamente en la II República. Siempre se sostuvo que ese espacio, casi más rústico que urbano, con sus hierbas y arbolado desdecía un poco del granítico entorno monumental.
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A lo sumo se consiguió situar algún banco de piedra y sustituir las acacias australianas, árbol tan de moda en la Pontevedra decimonónica.
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La última gran reforma de este campiño, con sus suelos de chapacuña, y su nuevo petril que funcionaba como un gran banco corrido se desvirtuó desde el momento en que se perdieron las servidumbres de vistas al permitir edificar a gran altura en la zona de Beiramar. Urbanisticamente pues, el centenario Campillo pasaba de ser un popular mirador a convertirse en un elevado patio de manzana, eso sí, conservando todavía un gran valor socio-recreativo a pesar de los desmanes y excesos del botellón.
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Con la aparición de los últimos hallazgos arqueológicos, sobre todo con algún tramo de la muralla situada en lo que hasta ahora funcionaba como talud, con los formales de casas y pavimentos hallados, las preguntas que nos hacemos muchos pontevedreses son las de si se conservará y restaurará el Campillo decimonónico o si será posible integrar alguno de esos restos en esa zona. O la que tiene más enjundia, si lo que empezó siendo una intervención de la Consellería da Vivenda para humanizar este espacio acabará convirtiéndose en la desintegración del centenario Campillo para transformarse en un nuevo parque arqueológico.
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LEONCIO FEIJOO LAMAS



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