Así vai o país. Alguén pode aínda clamar nun comedor social atendido por monxas que non quere fabada, senón salmón mariñado en cama de caviar; algún político que pode acabar nesa situación, na que hoxe atópanse moitas persoas que levan traballando toda a vida sen pensión blindada como os ministros xubilados. Abuso de poder, vergonza de país. (Chiste de Idígoras y Pachi, en El Mundo)
A idea, según Esteban en La Razón, sería quitar a Maleni, pero xa hai quen, por temor a Blanco, pide o seu retorno.
¿Qué vai pasar co país? Misterio. Pra eso suxire Caín, en La Razón, a creación dun secretariado de Estado de Opacidade. Pode estar tan xustificado como Igualdade.
EL malhadado quinquenio de poder protagonizado por José Luis Rodríguez Zapatero nos ha enseñado que, en lo que se refiere a sus iniciativas políticas, cualquier sospecha resulta escasa; cualquier temor, fundado; cualquier irregularidad, posible y cualquier acierto, casual. Por la misma razón que los olmos no dan peras, el líder socialista no pudo prevenir las crisis que ahora nos acongojan y no ha sabido reaccionar para atajarlas. Ahora, sus amigos, más perversos que sus adversarios, han empañado los oropeles de su última gira europea y, sin tiempo para refocilarse en su condición de «amigo» de Barack Obama, ha tenido que anticipar una crisis de Gobierno que tiene el aspecto de una inmensa rectificación.
Aunque Zapatero nos anunció ayer un «cambio de ritmo», no una modificación esencial de la partitura que viene interpretando, los nombres que ha elegido para su nueva etapa permiten augurar algo más. El escalón vicepresidencial de La Moncloa tenía hasta ahora, por mitades, dos titulares bien distintos. Una gestora política y un técnico económico. María Teresa Fernández de la Vega, disminuida en sus funciones y reforzada en su influencia, sigue en donde estaba; pero a Pedro Solbes, por quien nadie derramará una lágrima de despedida, le sustituyen dos vicepresidentes rotundamente políticos. La especialización y la técnica quedan para segundos y terceros niveles de la gestión.
Elena Salgado y Manuel Chaves, alumnos aventajados en la escuela de Felipe González, son políticos en estado puro. Algo muy de celebrar. En tiempos de tribulación, contra lo que predicaba Ignacio de Loyola, es cuando hay que hacer mudanzas. Los técnicos no están, ni sirven, para eso. Los políticos pueden fracasar, pero solo de ellos cabe esperar un acierto pleno.
La sustitución de Magdalena Álvarez, tan ridícula como altanera, es una reconciliación con el sentido común y José Blanco, gran obrero de la política, puede enderezar el gran Ministerio del gasto y la inversión públicos. Lo demás es mera figuración. Miembros y miembras para sustituir a las miembras y miembros que se van. Sorprende la escasa permanencia en la titularidad de Sanidad de Bernat Soria, pero los bufones son siempre de corta duración. Antes de que se cumplan tres años que le quedan a la legislatura, conoceremos nuevos ministros. Quizás también entonces podamos decir que los que llegan parecen mejores que los que se van.
SOLERA AVINAGRADA, por Ignacio Camacho, ABC, 8.04.2009
PARA renovar un Gobierno prematuramente marchitado, Zapatero ha llamado al dirigente en activo con mayor grado de agotamiento que queda en España. La presencia de Chaves en el Gabinete puede resultar incluso un alivio para los andaluces, víctimas de su cansino desgaste a lo largo de dos décadas de galbana, pero es cualquier cosa menos un impulso de frescura. El ya ex presidente andaluz representa el eslabón perdido del felipismo, cuya solera política está avinagrada por el tiempo, la abulia y la fatiga de materiales. Incluso en la época del esplendor gonzalista, Chaves fue siempre el paradigma de la indolencia y la desgana; su estilo es el de la estatuaria, el de la indiferencia, el de verlas venir y dejarlas pasar. Le ha alcanzado sin problemas para pastorear una autonomía en la que la maquinaria socialista domina con hegemonía clientelar una sociedad pastueña, pero de ninguna manera y en ningún lado puede suponer un revulsivo de nada.
Zapatero, el joven rupturista que liquidó con temeraria resolución la herencia de González, ha acabado refugiándose en los restos de la vieja guardia de su antecesor en un viaje involutivo que muestra la liviandad de su proyecto. A la que le han venido mal dadas le ha entrado un ataque de pánico. Con De la Vega, Chaves, Rubalcaba y Salgado en el núcleo duro, este Gobierno ha nacido con canas. Los elementos puramente zapateristas han quedado relegados a Ministerios huecos y sin competencias, papeles subalternos y/o decorativos, expresión de la vacuidad posmoderna de un estilo superficial y sin sustancia. Consumido por la parálisis, falto de ideas, ayuno de impulso, el presidente se ha echado en brazos de los antiguos pretorianos de Felipe, los elefantes con la piel encostrada por el fango solidificado de la vieja política, en busca de un bálsamo de pragmatismo que no es sino la confesión de su fracaso. Se le ha acabado la imaginación, ha embarrancado en su atrevimiento, ha perdido la lozanía y ha terminado pidiendo socorro a un grupo de veteranos encallecidos cuya mente está ya, como la del despedido Solbes, acariciando la perspectiva del montepío.
Chaves es el símbolo de ese paso atrás, de ese retorno al pasado que pesaba ya en la escena de Andalucía hasta provocar un anquilosamiento estructural muy parecido a un régimen institucionalista. Sus principales virtudes consisten en que goza del respeto histórico del partido y que su falta de empuje no provoca rechazo, sino sólo una perezosa sensación de apatía y «dèja vu». Ése es el gran fichaje de un Gobierno que tiene que proyectar al país hacia el futuro. Muy mal debe de ver las cosas el presidente cuando se conforma con el mediocre valor de la indiferencia.
¿Qué vai pasar co país? Misterio. Pra eso suxire Caín, en La Razón, a creación dun secretariado de Estado de Opacidade. Pode estar tan xustificado como Igualdade.
Cerrado o país por inventario. A ver qué queda, se aínda queda algo, se as reservas non se foron xa pra inseriren liquidez á Banca e ás nóminas dos políticos.
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Pontevedra, 8.04.2009
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Entrado n. 899 do blog
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Entrado n. 899 do blog
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O CAMBIO DE GOBERNO,
por Xesús López Fernández
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O novo goberno nace cunha falta total de credibilidade cidadáa. A sociedade civil está farta de desgoberno, de mentiras, de discursos fátuos e, así como non creía no goberno anterior tampouco exulta agora ledicia, porque sabe que imos seguir máis aburados, con decote máis paro: acentuarase aínda máis a perda de valores éticos; o intento de fixaren como criterio válido pró futuro a instauración de holocausto silenciado que vai representa-la barra libre pró aborto das nenas non é nada máis que unha cortina de fume; a falta dunha Xusticia que poida desaparasita-la Política a fondo, algo máis necesario qu´a lei pró aborto libre que tentan promoveren; o feito de non existire un partido con capacidade rexeneracionista máis alá do esforzo da Plataforma das Clases Medias sitúanos nunha situación case terminal nun Estado que se diría está quebrado.
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A remodelación operada no Goberno na nova realidade española préstase a non poucos comentarios, pero pra eso están os analistas, polo que incluiremos a continuación un par de artículos, que siguen:
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UNA INMENSA RECTIFICACIÓN, por Martín Ferrand, no ABC do 8.04.2009
EL malhadado quinquenio de poder protagonizado por José Luis Rodríguez Zapatero nos ha enseñado que, en lo que se refiere a sus iniciativas políticas, cualquier sospecha resulta escasa; cualquier temor, fundado; cualquier irregularidad, posible y cualquier acierto, casual. Por la misma razón que los olmos no dan peras, el líder socialista no pudo prevenir las crisis que ahora nos acongojan y no ha sabido reaccionar para atajarlas. Ahora, sus amigos, más perversos que sus adversarios, han empañado los oropeles de su última gira europea y, sin tiempo para refocilarse en su condición de «amigo» de Barack Obama, ha tenido que anticipar una crisis de Gobierno que tiene el aspecto de una inmensa rectificación.
Aunque Zapatero nos anunció ayer un «cambio de ritmo», no una modificación esencial de la partitura que viene interpretando, los nombres que ha elegido para su nueva etapa permiten augurar algo más. El escalón vicepresidencial de La Moncloa tenía hasta ahora, por mitades, dos titulares bien distintos. Una gestora política y un técnico económico. María Teresa Fernández de la Vega, disminuida en sus funciones y reforzada en su influencia, sigue en donde estaba; pero a Pedro Solbes, por quien nadie derramará una lágrima de despedida, le sustituyen dos vicepresidentes rotundamente políticos. La especialización y la técnica quedan para segundos y terceros niveles de la gestión.
Elena Salgado y Manuel Chaves, alumnos aventajados en la escuela de Felipe González, son políticos en estado puro. Algo muy de celebrar. En tiempos de tribulación, contra lo que predicaba Ignacio de Loyola, es cuando hay que hacer mudanzas. Los técnicos no están, ni sirven, para eso. Los políticos pueden fracasar, pero solo de ellos cabe esperar un acierto pleno.
La sustitución de Magdalena Álvarez, tan ridícula como altanera, es una reconciliación con el sentido común y José Blanco, gran obrero de la política, puede enderezar el gran Ministerio del gasto y la inversión públicos. Lo demás es mera figuración. Miembros y miembras para sustituir a las miembras y miembros que se van. Sorprende la escasa permanencia en la titularidad de Sanidad de Bernat Soria, pero los bufones son siempre de corta duración. Antes de que se cumplan tres años que le quedan a la legislatura, conoceremos nuevos ministros. Quizás también entonces podamos decir que los que llegan parecen mejores que los que se van.
SOLERA AVINAGRADA, por Ignacio Camacho, ABC, 8.04.2009
PARA renovar un Gobierno prematuramente marchitado, Zapatero ha llamado al dirigente en activo con mayor grado de agotamiento que queda en España. La presencia de Chaves en el Gabinete puede resultar incluso un alivio para los andaluces, víctimas de su cansino desgaste a lo largo de dos décadas de galbana, pero es cualquier cosa menos un impulso de frescura. El ya ex presidente andaluz representa el eslabón perdido del felipismo, cuya solera política está avinagrada por el tiempo, la abulia y la fatiga de materiales. Incluso en la época del esplendor gonzalista, Chaves fue siempre el paradigma de la indolencia y la desgana; su estilo es el de la estatuaria, el de la indiferencia, el de verlas venir y dejarlas pasar. Le ha alcanzado sin problemas para pastorear una autonomía en la que la maquinaria socialista domina con hegemonía clientelar una sociedad pastueña, pero de ninguna manera y en ningún lado puede suponer un revulsivo de nada.
Zapatero, el joven rupturista que liquidó con temeraria resolución la herencia de González, ha acabado refugiándose en los restos de la vieja guardia de su antecesor en un viaje involutivo que muestra la liviandad de su proyecto. A la que le han venido mal dadas le ha entrado un ataque de pánico. Con De la Vega, Chaves, Rubalcaba y Salgado en el núcleo duro, este Gobierno ha nacido con canas. Los elementos puramente zapateristas han quedado relegados a Ministerios huecos y sin competencias, papeles subalternos y/o decorativos, expresión de la vacuidad posmoderna de un estilo superficial y sin sustancia. Consumido por la parálisis, falto de ideas, ayuno de impulso, el presidente se ha echado en brazos de los antiguos pretorianos de Felipe, los elefantes con la piel encostrada por el fango solidificado de la vieja política, en busca de un bálsamo de pragmatismo que no es sino la confesión de su fracaso. Se le ha acabado la imaginación, ha embarrancado en su atrevimiento, ha perdido la lozanía y ha terminado pidiendo socorro a un grupo de veteranos encallecidos cuya mente está ya, como la del despedido Solbes, acariciando la perspectiva del montepío.
Chaves es el símbolo de ese paso atrás, de ese retorno al pasado que pesaba ya en la escena de Andalucía hasta provocar un anquilosamiento estructural muy parecido a un régimen institucionalista. Sus principales virtudes consisten en que goza del respeto histórico del partido y que su falta de empuje no provoca rechazo, sino sólo una perezosa sensación de apatía y «dèja vu». Ése es el gran fichaje de un Gobierno que tiene que proyectar al país hacia el futuro. Muy mal debe de ver las cosas el presidente cuando se conforma con el mediocre valor de la indiferencia.
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